Clara Saliba, en nombre del Coletivo Arroz, Feijão e Economia
Fuente: Pixabay
Los efectos de la pandemia y el consiguiente aislamiento social han reforzado enormemente la precariedad y la violencia que permean la vida “privada” y “productiva” de las mujeres. Las jornadas laborales aumentadas por la explotación que implica el modelo de teletrabajo, para quienes pudieron mantener sus empleos en ese esquema, la responsabilidad absoluta por la educación y crianza de los hijos, la convivencia prolongada con los compañeros, el agotamiento mental por la situación, son elementos que componen el cuadro de la violencia a las mujeres en la pandemia. Como muy bien expresó la Directora Ejecutiva de ONU Mujeres y Secretaria General Adjunta de Naciones Unidas, PhumzileMlambo-Ngcuka [1] “La violencia contra las mujeres y las niñas es una pandemia invisible”, además de reforzar la urgencia de colocar a la violencia contra las mujeres en el centro de la políticas públicas, sociales y económicas a ser implementadas. En palabras de Anastasia Divinskaya, representante de ONU Mujeres en Brasil [2], “la pandemia vuelve a llamar la atención sobre la necesidad y el valor de la economía del cuidado”.
Según el estudio - El impacto de COVID-19 en las mujeres - publicado por la ONU [3], las mujeres están, en esta cuarentena, más agobiadas que nunca. No solo por el notorio desgaste psicológico que nos relegan meses de aislamiento social, sino también porque ellas cargan, en muchas ocasiones solas, todo el trabajo doméstico de los hogares. Con los niños sin ir a sus colegios, los ancianos enfermos y las tareas del hogar aumentando exponencialmente, vemos que las responsabilidades se dirigen más intensamente hacia ellas.
Las tareas del hogar, la asistencia a los ancianos y el cuidado de los niños son actividades históricamente realizadas por mujeres. Con la conquista de derechos, incluido el de trabajar fuera del hogar, eso ha cambiado poco, como muestran los datos de la OCDE para los países europeos, en los que las mujeres empleadas son un 50% más susceptibles que los hombres empleados, al cuidado regular de familiares enfermos, discapacitados o ancianos.
Tales actividades, indispensables para la vida humana y notoriamente invisibles en una sociedad orientada a entender como trabajo solo lo productivo, componen lo que la teoría feminista llama la economía del cuidado. En la actualidad, se han creado una serie de instituciones, servicios y productos para aliviar las cargas femeninas con el cuidado de la vida, permitiendo a las mujeres una mayor libertad y un mayor control sobre su tiempo. La educación básica universal, las guarderías, la popularización de los electrodomésticos, los anticonceptivos y la comida rápida son solo algunas de las innovaciones relativamente recientes que se relacionan de una forma u otra con la gestión del tiempo de los trabajadores y, por tanto, con la economía del cuidado. Es claro que la lucha de las mujeres por la conquista de sus derechos fue el movimiento central que les garantizó el ingreso al mercado laboral, pero tal movimiento no hubiera sido posible sin la existencia de una estructura de apoyo en la realización de las actividades domésticas, sobre la cual las mujeres siguieron siendo en gran parte responsables [4].
Con la pandemia se impidió el funcionamiento de muchos de los mecanismos que facilitan esta dinámica, lo que concentró gran parte del trabajo doméstico aún más en las mujeres. Pero ahora, como la fuerza laboral femenina está mucho más insertada (aunque en desventaja) en el mercado laboral, se ha iniciado una verdadera crisis en el universo de la atención, con impactos significativos en la productividad y, sobre todo, en la salud mental. De las mujeres.
El PESO DEL TRABAJO NO REMUNERADO
La filósofa Silvia Federici cree que, como lo demuestra la pandemia, el mundo no se mueve sin el trabajo doméstico. Para ella, el capitalismo es un sistema que depende desde sus inicios, de mecanismos de explotación de la mano de obra femenina para su correcto funcionamiento. Se explica: para que los trabajadores estuvieran en condiciones físicas y psicológicas compatibles con largas jornadas de trabajo, tenían que ser alimentados, vivir en casas mínimamente estructuradas y tener algo que ponerse. Con las fábricas ocupando gran parte del tiempo de los hombres, la responsabilidad del cuidado y, en este sentido, de la reproducción de la vida humana quedó en manos de las mujeres, quienes no recibieron por su realización. Por no hablar de la crianza de los niños, en última instancia, la fuerza laboral del futuro.
Hoy en día, el escenario cambia significativamente en el lado menos deseable: las oleadas de inserción femenina en el mercado laboral no han ido acompañadas de una mejor distribución del trabajo de cuidado, lo que configura en la existencia femenina un estatus de explotación dual, conocido como doble jornada. Es decir, además de ser la primera responsable del mantenimiento del hogar y el cuidado de los niños, las mujeres también participan en las horas de trabajo asalariado, produciendo, entonces, en dos esferas, pero recibiendo solo en una.
El escenario empeora al considerar las brechas en cuanto a raza y clase. La subcontratación del trabajo de cuidado, mediante la contratación de niñeras, cuidadoras o sirvientas domésticas, genera una cadena de explotación en la que el alivio de la carga de la mujer no depende de la división equitativa de las tareas dentro del hogar, sino de la contratación de otra mujer que asume responsabilidades y se ve, a su vez, abrumada, conciliando las exigencias del cuidado de su propia familia con la de su empleador. Sin embargo, la falta de reconocimiento del cuidado como un tipo de trabajo los coloca en niveles salariales cuestionables y, a menudo, sin protección laboral. Estadísticamente, este es un trabajo realizado con mayor frecuencia por mujeres no blancas, una herencia de un pasado colonial en el que el trabajo femenino y racializado, en condiciones de esclavitud, debería hacerse cargo de las familias blancas.
Según el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE), por ejemplo, las mujeres brasileñas trabajaban alrededor de 18,5 horas al mes en casa, mientras que sus parejas solo trabajaban 10,3 horas en 2018. En América Latina, el trabajo del cuidado representa entre el 15,2% (Ecuador) y el 23,5% (Costa Rica) del PIB [5], y las estimaciones de ONU Mujeres creen que este porcentaje puede variar entre el 10 y el 39% del PIB de los países [6], lo que lo sitúa en proporciones comparables a los sectores de la industria y la agricultura en términos de relevancia económica.
Pero, si bien es fundamental para la supervivencia humana e incluso para el funcionamiento de la economía, el trabajo del cuidado sigue siendo visto como un favor, un gesto amoroso, de afecto y dedicación estereotipadamente femenina. No contabilizados en el PIB, ni percibidos en las relaciones económicas cotidianas, solo en momentos de crisis se plantean cuestiones relacionadas con la reproducción de la vida y el trabajo de los cuidados. Por ello, Federici considera que "lo que ellos llaman amor, lo llamamos trabajo no remunerado" [7].
¿QUIÉN CUIDA DE QUIEN CUIDA?
Además, según un informe de la OCDE [8], las mujeres representan alrededor del 70% de toda la fuerza laboral en los servicios sociales y de salud. Entre los profesionales de enfermería y parto, representan el 85% del total [9]. La división sexual del trabajo, configurada en el capitalismo, relega la gran mayoría de ocupaciones relacionadas con el cuidado de la mujer. Así, además de la responsabilidad de cuidar a sus familias, muchas mujeres se dedican al cuidado profesional. Enfermeras, cuidadoras de ancianos, maestras de primaria, amas de casa, niñeras, mucamas, personal de limpieza y muchos otros profesionales ejercen, en ambos momentos de su doble recorrido, funciones de cuidado y reproducción social.
Este hallazgo plantea interrogantes sobre la salud mental de las mujeres, especialmente en tiempos de crisis de salud y atención a escala mundial. Incluso en los hogares donde se comparte la responsabilidad de las tareas del hogar, su planificación suele estar bajo la responsabilidad de las mujeres y, en épocas de jornada laboral doble, triple o cuádruple, el impacto de ese trabajo adicional, conocido por la teoría feminista como carga mental, es inmenso.
Además de comprender las consecuencias económicas de la crisis en el trabajo de cuidados, que van desde la caída de la productividad femenina hasta un malestar psicológico generalizado, es necesario construir alternativas, durante y después de la pandemia, para reducir la carga mental que el cuidado genera a las mujeres. Queda por ver si, en medio del regreso paulatino y más lento a la normalidad, los cuidados volverán a ser olvidados, encerrados en la misteriosa caja de las "cosas de mujeres".
Las acciones individuales, como la sensibilización de la sociedad sobre la sobrecarga femenina, aunque sean acciones loables en el ámbito de la organización familiar, no son suficientes para resolver los problemas del trabajo de cuidado en la sociedad capitalista. La socialización del trabajo de cuidado implica necesariamente la creación de políticas públicas que orienten una nueva organización de la reproducción social. La creación de guarderías y también residencias de ancianos, universales y gratuitas, por ejemplo, permite reducir los costos - conocidos, mayoritariamente femeninos - del cuidado de niños pequeños y ancianos, sin que la subcontratación sea una alternativa económicamente inviable a las familias de bajos ingresos. Aun así, la garantía de los derechos laborales mínimos y la defensa de la formalización laboral es una medida esencialmente feminista, ya que saca a las mujeres, que son la mayoría en ocupaciones informales, de un lugar de extrema vulnerabilidad, especialmente en momentos como la pandemia del Nuevo Coronavirus. Finalmente, la garantía de la licencia laboral remunerada por maternidad y la creación de la licencia por paternidad en la misma medida, permiten conciliar las obras de producción y reproducción de una forma más solidaria, favoreciendo la percepción colectiva de que el cuidado no es, después de todo, solo trabajo de mujeres.
REFERENCIAS
[1] https://www.onumulheres.org.br/noticias/violencia-contra-as-mulheres-e-meninas-e-pandemia-invisivel-afirma-diretora-executiva-da-onu-mulheres/https://www.onumulheres.org.br/noticias/violencia-contra-as-mulheres-e-meninas-e-pandemia-invisivel-afirma-diretora-executiva-da-onu-mulheres/
[3] ONU MULHERES. Policy Brief: O impacto do COVID-19 nas mulheres. 09 de abr. de 2020. Acesso em: 10 de jun. de 2020 https://www.unwomen.org/-/media/headquarters/attachments/sections/library/publications/2020/policy-brief-the-impact-of-covid-19-on-women-en.pdf?la=en&vs=1406
[4] CADERNOS DE FORMAÇÃO. As mulheres e o mercado de trabalho. Caderno 3. Campinas: IE. Cesit, 2017.
[6] http://www.onumulheres.org.br/noticias/trabalho-de-cuidados-oscila-entre-10-e-39-do-pib-de-paises/
[7] https://www.geledes.org.br/o-que-eles-chamam-de-amor-nos-chamamos-de-trabalho-nao-pago-diz-silvia-federici/#:~:text=todos%20os%20resultados-,O%20que%20eles%20chamam%20de%20amor%2C%20nós%20chamamos%20de,não%20pago%2C%20diz%20Silvia%20Federici&text=“Eles%20abriram%20as%20portas%20das,o%20casamento%20era%20a%20solução.
[8] ORGANIZAÇÃO PARA A COOPERAÇÃO E DESENVOLVIMENTO ECONÔMICO (OCDE). Women at the core of the fight against COVID-19crisis. 2020. Disponível em: https://read.oecd-ilibrary.org/view/?ref=127_127000-awfnqj80me&title=Women-at-the-core-of-the-fight-against-COVID-19-crisis
[9] ORGANIZAÇÃO MUNDIAL DA SAÚDE (OMS). Gender equity in the health workforce: Analysis of 104 countries. 2019. Disponível em: ‘https://apps.who.int/iris/bitstream/handle/10665/311314/WHO-HIS-HWF-Gender-WP1-2019.1-eng.pdf