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Clara Saliba, en nombre del Coletivo Arroz, Feijão e Economia

Fuente: Pixabay


Los efectos de la pandemia y el consiguiente aislamiento social han reforzado enormemente la precariedad y la violencia que permean la vida “privada” y “productiva” de las mujeres. Las jornadas laborales aumentadas por la explotación que implica el modelo de teletrabajo, para quienes pudieron mantener sus empleos en ese esquema, la responsabilidad absoluta por la educación y crianza de los hijos, la convivencia prolongada con los compañeros, el agotamiento mental por la situación, son elementos que componen el cuadro de la violencia a las mujeres en la pandemia. Como muy bien expresó la Directora Ejecutiva de ONU Mujeres y Secretaria General Adjunta de Naciones Unidas, PhumzileMlambo-Ngcuka [1] “La violencia contra las mujeres y las niñas es una pandemia invisible”, además de reforzar la urgencia de colocar a la violencia contra las mujeres en el centro de la políticas públicas, sociales y económicas a ser implementadas. En palabras de Anastasia Divinskaya, representante de ONU Mujeres en Brasil [2], “la pandemia vuelve a llamar la atención sobre la necesidad y el valor de la economía del cuidado”.


Según el estudio - El impacto de COVID-19 en las mujeres - publicado por la ONU [3], las mujeres están, en esta cuarentena, más agobiadas que nunca. No solo por el notorio desgaste psicológico que nos relegan meses de aislamiento social, sino también porque ellas cargan, en muchas ocasiones solas, todo el trabajo doméstico de los hogares. Con los niños sin ir a sus colegios, los ancianos enfermos y las tareas del hogar aumentando exponencialmente, vemos que las responsabilidades se dirigen más intensamente hacia ellas.


Las tareas del hogar, la asistencia a los ancianos y el cuidado de los niños son actividades históricamente realizadas por mujeres. Con la conquista de derechos, incluido el de trabajar fuera del hogar, eso ha cambiado poco, como muestran los datos de la OCDE para los países europeos, en los que las mujeres empleadas son un 50% más susceptibles que los hombres empleados, al cuidado regular de familiares enfermos, discapacitados o ancianos.


Tales actividades, indispensables para la vida humana y notoriamente invisibles en una sociedad orientada a entender como trabajo solo lo productivo, componen lo que la teoría feminista llama la economía del cuidado. En la actualidad, se han creado una serie de instituciones, servicios y productos para aliviar las cargas femeninas con el cuidado de la vida, permitiendo a las mujeres una mayor libertad y un mayor control sobre su tiempo. La educación básica universal, las guarderías, la popularización de los electrodomésticos, los anticonceptivos y la comida rápida son solo algunas de las innovaciones relativamente recientes que se relacionan de una forma u otra con la gestión del tiempo de los trabajadores y, por tanto, con la economía del cuidado. Es claro que la lucha de las mujeres por la conquista de sus derechos fue el movimiento central que les garantizó el ingreso al mercado laboral, pero tal movimiento no hubiera sido posible sin la existencia de una estructura de apoyo en la realización de las actividades domésticas, sobre la cual las mujeres siguieron siendo en gran parte responsables [4].


Con la pandemia se impidió el funcionamiento de muchos de los mecanismos que facilitan esta dinámica, lo que concentró gran parte del trabajo doméstico aún más en las mujeres. Pero ahora, como la fuerza laboral femenina está mucho más insertada (aunque en desventaja) en el mercado laboral, se ha iniciado una verdadera crisis en el universo de la atención, con impactos significativos en la productividad y, sobre todo, en la salud mental. De las mujeres.


El PESO DEL TRABAJO NO REMUNERADO

La filósofa Silvia Federici cree que, como lo demuestra la pandemia, el mundo no se mueve sin el trabajo doméstico. Para ella, el capitalismo es un sistema que depende desde sus inicios, de mecanismos de explotación de la mano de obra femenina para su correcto funcionamiento. Se explica: para que los trabajadores estuvieran en condiciones físicas y psicológicas compatibles con largas jornadas de trabajo, tenían que ser alimentados, vivir en casas mínimamente estructuradas y tener algo que ponerse. Con las fábricas ocupando gran parte del tiempo de los hombres, la responsabilidad del cuidado y, en este sentido, de la reproducción de la vida humana quedó en manos de las mujeres, quienes no recibieron por su realización. Por no hablar de la crianza de los niños, en última instancia, la fuerza laboral del futuro.


Hoy en día, el escenario cambia significativamente en el lado menos deseable: las oleadas de inserción femenina en el mercado laboral no han ido acompañadas de una mejor distribución del trabajo de cuidado, lo que configura en la existencia femenina un estatus de explotación dual, conocido como doble jornada. Es decir, además de ser la primera responsable del mantenimiento del hogar y el cuidado de los niños, las mujeres también participan en las horas de trabajo asalariado, produciendo, entonces, en dos esferas, pero recibiendo solo en una.


El escenario empeora al considerar las brechas en cuanto a raza y clase. La subcontratación del trabajo de cuidado, mediante la contratación de niñeras, cuidadoras o sirvientas domésticas, genera una cadena de explotación en la que el alivio de la carga de la mujer no depende de la división equitativa de las tareas dentro del hogar, sino de la contratación de otra mujer que asume responsabilidades y se ve, a su vez, abrumada, conciliando las exigencias del cuidado de su propia familia con la de su empleador. Sin embargo, la falta de reconocimiento del cuidado como un tipo de trabajo los coloca en niveles salariales cuestionables y, a menudo, sin protección laboral. Estadísticamente, este es un trabajo realizado con mayor frecuencia por mujeres no blancas, una herencia de un pasado colonial en el que el trabajo femenino y racializado, en condiciones de esclavitud, debería hacerse cargo de las familias blancas.


Según el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE), por ejemplo, las mujeres brasileñas trabajaban alrededor de 18,5 horas al mes en casa, mientras que sus parejas solo trabajaban 10,3 horas en 2018. En América Latina, el trabajo del cuidado representa entre el 15,2% (Ecuador) y el 23,5% (Costa Rica) del PIB [5], y las estimaciones de ONU Mujeres creen que este porcentaje puede variar entre el 10 y el 39% del PIB de los países [6], lo que lo sitúa en proporciones comparables a los sectores de la industria y la agricultura en términos de relevancia económica.


Pero, si bien es fundamental para la supervivencia humana e incluso para el funcionamiento de la economía, el trabajo del cuidado sigue siendo visto como un favor, un gesto amoroso, de afecto y dedicación estereotipadamente femenina. No contabilizados en el PIB, ni percibidos en las relaciones económicas cotidianas, solo en momentos de crisis se plantean cuestiones relacionadas con la reproducción de la vida y el trabajo de los cuidados. Por ello, Federici considera que "lo que ellos llaman amor, lo llamamos trabajo no remunerado" [7].


¿QUIÉN CUIDA DE QUIEN CUIDA?

Además, según un informe de la OCDE [8], las mujeres representan alrededor del 70% de toda la fuerza laboral en los servicios sociales y de salud. Entre los profesionales de enfermería y parto, representan el 85% del total [9]. La división sexual del trabajo, configurada en el capitalismo, relega la gran mayoría de ocupaciones relacionadas con el cuidado de la mujer. Así, además de la responsabilidad de cuidar a sus familias, muchas mujeres se dedican al cuidado profesional. Enfermeras, cuidadoras de ancianos, maestras de primaria, amas de casa, niñeras, mucamas, personal de limpieza y muchos otros profesionales ejercen, en ambos momentos de su doble recorrido, funciones de cuidado y reproducción social.


Este hallazgo plantea interrogantes sobre la salud mental de las mujeres, especialmente en tiempos de crisis de salud y atención a escala mundial. Incluso en los hogares donde se comparte la responsabilidad de las tareas del hogar, su planificación suele estar bajo la responsabilidad de las mujeres y, en épocas de jornada laboral doble, triple o cuádruple, el impacto de ese trabajo adicional, conocido por la teoría feminista como carga mental, es inmenso.


Además de comprender las consecuencias económicas de la crisis en el trabajo de cuidados, que van desde la caída de la productividad femenina hasta un malestar psicológico generalizado, es necesario construir alternativas, durante y después de la pandemia, para reducir la carga mental que el cuidado genera a las mujeres. Queda por ver si, en medio del regreso paulatino y más lento a la normalidad, los cuidados volverán a ser olvidados, encerrados en la misteriosa caja de las "cosas de mujeres".


Las acciones individuales, como la sensibilización de la sociedad sobre la sobrecarga femenina, aunque sean acciones loables en el ámbito de la organización familiar, no son suficientes para resolver los problemas del trabajo de cuidado en la sociedad capitalista. La socialización del trabajo de cuidado implica necesariamente la creación de políticas públicas que orienten una nueva organización de la reproducción social. La creación de guarderías y también residencias de ancianos, universales y gratuitas, por ejemplo, permite reducir los costos - conocidos, mayoritariamente femeninos - del cuidado de niños pequeños y ancianos, sin que la subcontratación sea una alternativa económicamente inviable a las familias de bajos ingresos. Aun así, la garantía de los derechos laborales mínimos y la defensa de la formalización laboral es una medida esencialmente feminista, ya que saca a las mujeres, que son la mayoría en ocupaciones informales, de un lugar de extrema vulnerabilidad, especialmente en momentos como la pandemia del Nuevo Coronavirus. Finalmente, la garantía de la licencia laboral remunerada por maternidad y la creación de la licencia por paternidad en la misma medida, permiten conciliar las obras de producción y reproducción de una forma más solidaria, favoreciendo la percepción colectiva de que el cuidado no es, después de todo, solo trabajo de mujeres.


REFERENCIAS

[1] https://www.onumulheres.org.br/noticias/violencia-contra-as-mulheres-e-meninas-e-pandemia-invisivel-afirma-diretora-executiva-da-onu-mulheres/https://www.onumulheres.org.br/noticias/violencia-contra-as-mulheres-e-meninas-e-pandemia-invisivel-afirma-diretora-executiva-da-onu-mulheres/



[3] ONU MULHERES. Policy Brief: O impacto do COVID-19 nas mulheres. 09 de abr. de 2020. Acesso em: 10 de jun. de 2020 https://www.unwomen.org/-/media/headquarters/attachments/sections/library/publications/2020/policy-brief-the-impact-of-covid-19-on-women-en.pdf?la=en&vs=1406


[4] CADERNOS DE FORMAÇÃO. As mulheres e o mercado de trabalho. Caderno 3. Campinas: IE. Cesit, 2017.



[6] http://www.onumulheres.org.br/noticias/trabalho-de-cuidados-oscila-entre-10-e-39-do-pib-de-paises/


[7] https://www.geledes.org.br/o-que-eles-chamam-de-amor-nos-chamamos-de-trabalho-nao-pago-diz-silvia-federici/#:~:text=todos%20os%20resultados-,O%20que%20eles%20chamam%20de%20amor%2C%20nós%20chamamos%20de,não%20pago%2C%20diz%20Silvia%20Federici&text=“Eles%20abriram%20as%20portas%20das,o%20casamento%20era%20a%20solução.


[8] ORGANIZAÇÃO PARA A COOPERAÇÃO E DESENVOLVIMENTO ECONÔMICO (OCDE). Women at the core of the fight against COVID-19crisis. 2020. Disponível em: https://read.oecd-ilibrary.org/view/?ref=127_127000-awfnqj80me&title=Women-at-the-core-of-the-fight-against-COVID-19-crisis


[9] ORGANIZAÇÃO MUNDIAL DA SAÚDE (OMS). Gender equity in the health workforce: Analysis of 104 countries. 2019. Disponível em: ‘https://apps.who.int/iris/bitstream/handle/10665/311314/WHO-HIS-HWF-Gender-WP1-2019.1-eng.pdf




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Clara Saliba, em nome do Coletivo Arroz, Feijão e Economia

Fonte: Pixabay


Os efeitos da pandemia e do consequente isolamento social reforçaram, em muito, a precariedade e as violências que permeiam a vida “privada” e “produtiva” das mulheres. Jornadas de trabalho aumentadas pela exploração implicada pelo modelo de teletrabalho, isso para aquelas que puderam se resguardar, a responsabilidade absoluta pela educação e criação dos filhos, a convivência prolongada com os companheiros, o esgotamento mental pela situação, são elementos que compõem o quadro de violência das mulheres na pandemia. Como muito bem colocado pela diretora executiva da ONU Mulheres e vice-secretária geral das Nações Unidas, Phumzile Mlambo-Ngcuka [1] a “Violência contra as mulheres e meninas é uma pandemia invisível”, além de reforçar a urgência da violência contra a mulher ser foco nas políticas políticas, sociais e econômicas a serem implantadas. Nas palavras de Anastasia Divinskaya, representante da ONU Mulheres no Brasil [2], “a pandemia novamente chama atenção para a necessidade e o valor da economia do cuidado”.


Segundo estudo - O impacto do COVID-19 nas mulheres - publicado pela ONU [3], as mulheres estão, nessa quarentena, mais sobrecarregadas do que nunca. Não só pelo notório desgaste psicológico que nos relegam os meses de isolamento social, mas também por carregarem - geralmente sozinhas - todo o trabalho doméstico dos lares. Com crianças fora da escola, idosos doentes e afazeres domésticos aumentando exponencialmente, vemos as responsabilidades sendo direcionadas de maneira mais intensa para as mulheres.


As tarefas da casa, o auxílio aos idosos e o cuidado com os filhos são, historicamente, atividades desempenhadas pelas mulheres. Com a conquista de direitos, entre eles o de trabalhar fora, isso pouco mudou, como mostram os dados da OCDE para países europeus em que mulheres empregadas são 50% mais suscetíveis do que homens empregados a exercerem cuidados regulares com doentes, incapazes ou parentes idosos.


Tais atividades, indispensáveis para a vida humana e notoriamente invisibilizadas em uma sociedade orientada para entender como trabalho apenas o que é produtivo, compõem o que a teoria feminista chama de economia do cuidado (careeconomy). Na contemporaneidade, uma série de instituições, serviços e produtos domésticos foram criados, permitindo às mulheres, maior liberdade e domínio de seu tempo. A educação básica universal, as creches, a popularização dos eletrodomésticos, dos contraceptivos e do fast food são apenas algumas das inovações relativamente recentes que se relacionam de uma forma ou outra com a gestão do tempo das trabalhadoras e, portanto, com a economia do cuidado. É claro que luta das mulheres pela conquista de seus direitos foi o movimento central que lhes garantiu a entrada no mercado de trabalho, mas tal movimentação não teria sido possível sem a existência de uma estrutura de amparo na realização das atividades domésticas, sobre as quais as mulheres continuaram responsáveis em grande medida.[4]


Com a pandemia, muitos dos mecanismos facilitadores dessa dinâmica tiveram seu funcionamento impedido, o que concentrou ainda mais nas mulheres boa parte do trabalho doméstico. Mas, agora, como a força de trabalho feminina está muito mais inserida (ainda que em posição de desvantagem) no mercado de trabalho, desencadeou-se uma verdadeira crise no universo do cuidado, com impactos significativos na produtividade e, sobretudo, na saúde mental das mulheres.


O PESO DO TRABALHO NÃO PAGO.

A filósofa Silvia Federici acredita que, como bem evidenciado pela pandemia, sem o trabalho doméstico o mundo não se move. Para ela, o capitalismo é um sistema que depende desde seus primórdios de mecanismos de exploração da mão de obra feminina para funcionar adequadamente. Explica-se: para que os trabalhadores estivessem em condições físicas e psicológicas compatíveis com jornadas extensas de assalariamento, haviam de ser alimentados, habitar em casas minimamente estruturadas e ter o que vestir. Com as fábricas tomando boa parte do tempo dos homens, a responsabilidade pelo cuidado e, nesse sentido, pela reprodução da vida humana ficava com as mulheres, que não recebiam por sua realização. Isso sem contar com a criação das crianças, em última instância a mão de obra do futuro.


Na contemporaneidade, o cenário se altera significativamente pelo lado menos desejável: as ondas de inserção feminina no mercado de trabalho não vieram acompanhadas da melhor repartição do trabalho do cuidado, o que configura na existência feminina um status de dupla exploração, conhecida como dupla jornada. Isto é, além de serem as primordiais responsáveis pela manutenção da casa e do cuidado com as crianças, as mulheres também participam da jornada assalariada de trabalho, produzindo, então, em duas esferas, mas recebendo apenas por uma.


O cenário se agrava quando considerados recortes de raça e classe. A terceirização dos trabalhos de cuidado, via contratação de babás, cuidadoras ou empregadas domésticas, cria uma cadeia de exploração em que o alívio da sobrecarga sobre uma mulher não depende da divisão igualitária de tarefas dentro de casa, mas da contratação de outra mulher que tome suas responsabilidades e fique, por sua vez, sobrecarregada, conciliando as demandas do cuidado de sua própria família com a de sua patroa. Ainda, o não reconhecimento do cuidado como um tipo de trabalho as coloca em patamares salariais questionáveis e muitas vezes sob nenhuma proteção trabalhista. Estatisticamente, esse é um trabalho feito com mais frequência por mulheres não brancas - herança de um passado colonial em que a mão de obra feminina e racializada, sob condição de escravização, deveria cuidar das famílias brancas.


Segundo o Instituto Brasileiro de Geografia e Estatística (IBGE), por exemplo, as mulheres brasileiras trabalharam cerca de 18,5 horas por mês dentro de casa, enquanto seus parceiros trabalharam só 10,3 horas, em 2018. Na América Latina, o trabalho de cuidado representa entre 15,2% (Equador) e 23,5% (Costa Rica) do PIB [5], e estimativas da ONU Mulheres acreditam que esse percentual pode variar entre 10 e 39% do PIB dos países [6], o que o coloca em proporções comparáveis aos setores de indústria e agricultura em termos de relevância econômica.


Mas, mesmo sendo fundamental para a sobrevivência humana e até para o funcionamento da economia, o trabalho de cuidado segue visto como um favor, um gesto amoroso, de carinho e dedicação estereotipicamente femininos. Não contabilizado no PIB, e nem percebido nas relações econômicas cotidianas, apenas em momentos de crise se levantam as questões relacionadas à reprodução da vida e ao trabalho de cuidado. Federici considera, por isso, que “o que eles chamam de amor, nós chamamos de trabalho não pago”[7].

QUEM CUIDA DE QUEM CUIDA?

Ademais, segundo relatório da OCDE [8], as mulheres compõem cerca de 70% de toda força de trabalho em serviços sociais e de saúde. Dentre os profissionais de enfermagem e parto, elas representam 85% do total [9]. A divisão sexual do trabalho, conforme se configura no capitalismo, relega a grande maioria das ocupações relacionadas ao cuidado às mulheres. Assim, além da responsabilidade de cuidar de suas famílias, muitas mulheres se dedicam ao cuidado profissionalmente. Enfermeiras, cuidadoras de idosos, professoras primárias, empregadas domésticas, babás, camareiras, faxineiras e muitas outras profissionais exercem, em ambos os momentos de sua jornada dupla, funções de cuidado e reprodução social.


Essa constatação suscita questionamentos acerca da saúde mental das mulheres, especialmente em momentos de crise da saúde e do cuidado em escala global. Mesmo em lares nos quais a responsabilidade pelas tarefas domésticas é compartilhada, seu planejamento costuma se manter sob a responsabilidade feminina e, em tempos de jornada dupla, tripla ou quádrupla, o impacto de mais esse trabalho, conhecido pela teoria feminista como carga mental, é imenso.


Para além de entender os desdobramentos econômicos da crise do trabalho de cuidado, que vão desde a queda de produtividade feminina até um mal-estar psicológico generalizado, é necessário que se construam alternativas, durante e após a pandemia, para a redução da carga mental que o cuidado confere às mulheres. Resta saber se, em meio à volta gradual e mais lenta do que o desejado à normalidade, o cuidado será novamente esquecido, fechado na caixa misteriosa de “coisas de mulher”.


Ações individuais, como a tomada de consciência pela sociedade, acerca da sobrecarga feminina, ainda que sejam ações louváveis a se tomar no âmbito da organização familiar, não são suficientes para solucionar os problemas do trabalho de cuidado na sociedade capitalista. A socialização do trabalho de cuidado passa, necessariamente, pela criação de políticas públicas que orientem uma nova organização da reprodução social. A criação de creches e também de casas de repouso universais e gratuitas, por exemplo, viabiliza a redução dos encargos - sabe-se, majoritariamente femininos - do cuidado de crianças pequenas e idosos, sem que sua terceirização se coloque como uma alternativa financeiramente inviável a famílias de baixa renda. Ainda, a garantia de direitos trabalhistas mínimos e a defesa da formalização dos empregos se mostra uma medida essencialmente feminista, pois tira as mulheres, que são maioria nas ocupações informais, de um local de extrema vulnerabilidade, especialmente em momentos como o da pandemia do Novo Coronavírus. Por último, a garantia da licença maternidade remunerada e a criação de licença paternidade em igual extensão permitem que se conciliem de forma mais solidária os trabalhos de produção e reprodução, auxiliando na percepção coletiva de que o cuidado não é, no fim das contas, apenas trabalho de mulher.


Referências:

[1] https://www.onumulheres.org.br/noticias/violencia-contra-as-mulheres-e-meninas-e-pandemia-invisivel-afirma-diretora-executiva-da-onu-mulheres/https://www.onumulheres.org.br/noticias/violencia-contra-as-mulheres-e-meninas-e-pandemia-invisivel-afirma-diretora-executiva-da-onu-mulheres/



[3] ONU MULHERES. PolicyBrief: O impacto do COVID-19 nas mulheres. 09 de abr. de 2020. Acesso em: 10 de jun. de 2020 https://www.unwomen.org/-/media/headquarters/attachments/sections/library/publications/2020/policy-brief-the-impact-of-covid-19-on-women-en.pdf?la=en&vs=1406


[4] CADERNOS DE FORMAÇÃO. As mulheres e o mercado de trabalho. Caderno 3. Campinas: IE. Cesit, 2017.



[6] http://www.onumulheres.org.br/noticias/trabalho-de-cuidados-oscila-entre-10-e-39-do-pib-de-paises/


[7] https://www.geledes.org.br/o-que-eles-chamam-de-amor-nos-chamamos-de-trabalho-nao-pago-diz-silvia-federici/#:~:text=todos%20os%20resultados-,O%20que%20eles%20chamam%20de%20amor%2C%20nós%20chamamos%20de,não%20pago%2C%20diz%20Silvia%20Federici&text=“Eles%20abriram%20as%20portas%20das,o%20casamento%20era%20a%20solução.


[8] ORGANIZAÇÃO PARA A COOPERAÇÃO E DESENVOLVIMENTO ECONÔMICO (OCDE). Women at the core of the fight against COVID-19crisis. 2020. Disponível em: https://read.oecd-ilibrary.org/view/?ref=127_127000-awfnqj80me&title=Women-at-the-core-of-the-fight-against-COVID-19-crisis


[9] ORGANIZAÇÃO MUNDIAL DA SAÚDE (OMS). Gender equity in the health workforce: Analysis of 104 countries. 2019. Disponível em: ‘https://apps.who.int/iris/bitstream/handle/10665/311314/WHO-HIS-HWF-Gender-WP1-2019.1-eng.pdf



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Actualizado: 11 sept 2020

Fuente: ver referencias


El Covid-19 ha exacerbado las desigualdades sociales y económicas en todo el mundo. De hecho, incluso antes de que la pandemia llegara a los países en desarrollo, la conmoción económica de las economías avanzadas ya los había golpeado de manera dramática, incluso en comparación con la crisis financiera mundial de 2008 (UNCTAD, 2020 b).


Los países en desarrollo han experimentado una drásticas salidas de capital, lo que ha provocado grandes depreciaciones monetarias (UNCTAD, 2020). Asimismo, en los países con una elevada dependencia de deuda externa, las tendencias recientes están ejerciendo una enorme presión sobre la sostenibilidad de su deuda al socavar el acceso futuro a la refinanciación de las obligaciones pendientes (Idem).


Al mismo tiempo, las economías de muchos países en desarrollo se basan fuertemente en materias primas (commodities), cuyos precios han caído precipitadamente desde que comenzó la crisis. En general, la disminución de los precios de los productos básicos ha sido del 37% este año, y las principales caídas se han concentrado en los aceites, los metales y los productos minerales, siendo la agricultura la menos perjudicada en términos de precios junto con el oro (ídem).


Con dos tercios de la población mundial viviendo en países en desarrollo (excluida China), el mundo está haciendo frente a un daño socioeconómico sin precedentes que tiene muchas consecuencias para la vida de las personas.


Si bien las economías desarrolladas disponen de un mayor espacio fiscal para financiar los paquetes de estímulo necesarios para afrontar el actual contexto, los países en desarrollo han visto cómo su espacio fiscal se ha reducido aún más que antes, debido a la disminución de los ingresos fiscales. Es más, las necesidades fiscales han desencadenado nivel de deuda y préstamos que han venido perjudicando el espacio político.


Al mismo tiempo, como Judith Butler ha dicho recientemente, si bien la pandemia afecta potencialmente a todos y todas por igual, “los poderes entrelazados del nacionalismo, el racismo, la xenofobia y el capitalismo”[1] ponen a algunas personas en mayor peligro que otras en relación con las consecuencias de la enfermedad.


Al respecto, feministas alrededor del mundo han repetido una y otra vez que el género importa a la hora de pensar el desarrollo así como los efectos de las crisis. La pandemia del COVID-19 está exacerbando las desigualdades y entre ellas las de género, especialmente en el Sur Global, donde el patriarcado, la desigualdad y la pobreza, en un contexto de crisis mundial, amenazan seriamente la vida de las mujeres.


Un escenario de cambios

Tras un descenso de veinticinco años a partir del decenio de 1980, los precios de los productos básicos aumentaron en el decenio de 2000 (CEPAL, 2011; Levistky, 2011; Burchardt & Dietz, 2014; Svampa, 2013). El aumento de la demanda de China, los movimientos especulativos vinculados al exceso de liquidez y la falta de activos financieros sólidos y tangibles, provocaron un aumento de los precios de los productos básicos (principalmente los metales y la agricultura) desde 2002 y especialmente desde la crisis de los Estados Unidos en 2008 (Ocampo, 2009; 2019).


Asimismo, los niveles de deuda externa como porcentaje del PIB se redujeron a la mitad, de casi 40% en 1999 a 19% en 2011, y los niveles de inversión extranjera directa se duplicaron con creces en el mismo período, de 72.000 millones de dólares en 2000 a 153.000 millones de dólares en 2011 (CEPALSTAT, 2017). El aumento de los precios de los productos básicos dio lugar a una mejora de los saldos contables y promovió grandes entradas de capital extranjero. Como consecuencia de ello, los tipos de cambio reales se apreciaron, pero los países pudieron alcanzar una considerable acumulación de reservas de divisas y una marcada reducción del endeudamiento externo (Bacha & Fishlow, 2011: 395). En este contexto, gran parte de los países de la región implementaron una batería de políticas sociales y políticas orientadas a la mejora en los niveles de distribución y reducción de la pobreza.


Sin embargo, muchas de las condiciones que produjeron un fuerte repunte en los países en desarrollo después de 2010 ya no están presentes o son mucho más débiles. Hubo una considerable disminución de la demanda de China y las políticas monetarias y comerciales de los Estados Unidos -que impulsaron el valor del dólar estadounidense- contribuyeron a la presión a la baja de los precios de los productos básicos (Erten y Ocampo, 2013; Jacks, 2013).


Además, la disminución del espacio fiscal y el aumento de las corrientes financieras ilícitas en el último decenio amenazan la posibilidad de una estrategia de recuperación eficaz en muchos países en desarrollo. Los flujos ilícitos afectan la capacidad recaudatoria de los Estados, afectando las posibilidades distributivas a través de estrategias de Gasto con enfoque social. Asimismo, la mayoría de los países de la región están experimentando un aumento de los costos del servicio de la deuda desde 2012, y ya están haciendo frente a reembolsos de la deuda pública denominada en moneda extranjera durante este año y el próximo (UNCTAD, 2020).


¿De qué manera el COVID-19 está exacerbando las desigualdades de género?

La crisis de COVID-19 está afectando a las mujeres y los hombres de manera diferente, según el sector en que trabajen, la fragilidad de su situación laboral, su acceso al trabajo y a la protección social, y sus responsabilidades de cuidado.


Los recortes de gastos provocados por las limitaciones de los ingresos fiscales tienen un efecto desproporcionado en las mujeres y los niños (véase, por ejemplo, Ortiz y Cummins, 2013) por muchas razones. Las mujeres tienden a depender más de las políticas sociales porque están más a cargo de los niños y tienen salarios más bajos y trayectorias laborales menos estables.


Al mismo tiempo, cuando se recortan los servicios sociales como la salud, la educación de los niños y los servicios de atención, las mujeres tienen que asumir esta falta de servicios aumentando su tiempo dedicado al trabajo no remunerado.


En lo que respecta al empleo, las crisis anteriores han demostrado que cuando los puestos de trabajo son escasos, las mujeres pasan a ser trabajadoras “de segunda línea”. La prevalencia de valores patriarcales conlleva a pensar el trabajo de las mujeres como subsidiario o complementario al trabajo del hombre; considerado principal proveedor del hogar. Esto suele ocurrir sobre todo en los empleos de calificación media y alta, mientras que en los empleos más precarios a veces se produce la tendencia opuesta. En este último caso, las mujeres son vistas como trabajadoras más fácilmente precarizadas en trabajos con salarios más bajos y menores derechos sociales y laborales. Esto suele implicar la erosión de las protecciones laborales y el empeoramiento duradero de las condiciones de trabajo.


Además, a pesar de los notables progresos realizados por las mujeres en el último medio siglo, su posición en el mercado laboral sigue siendo muy diferente de la de los hombres. En promedio, las mujeres empleadas trabajan menos horas, ganan menos y están ubicadas en lugares jerárquicos más bajos que los hombres empleados (OCDE, 2020).


Especialmente en los países de ingresos más bajos, las mujeres se dedican en gran medida al trabajo informal y a otras formas precarizadas de empleo (por ejemplo, el trabajo por cuenta propia en pequeñas empresas de subsistencia, el trabajo doméstico), lo que a menudo las deja al margen de las medidas oficiales de protección social dirigidas a los trabajadores/as.


Antes de que se iniciara la crisis de COVID-19, un gran número de mujeres seguía estando excluido del mercado laboral. La tasa de participación de la mujer en la fuerza de trabajo mundial disminuyó en los últimos decenios del 50,3% en 2005 al 47,2% estimado para 2019, lo que dio lugar a una brecha de género en la tasa de participación de alrededor de 27 puntos porcentuales (OIT, 2020). Según los últimos datos de la CEPAL y la OIT, en 2020 habrá 21 millones de mujeres desempleadas, 8 millones más que en 2019.


Más de la mitad de las mujeres empleadas están en sectores gravemente afectados por la crisis (CEPAL, 2020 a). Por ejemplo, casi el 60% de quienes se desempeñan en actividades de alojamiento y alimentación en América Latina y el 61% en el Caribe, son mujeres (CEPAL, 2020 a: 39).


En la mayoría de los países asiáticos, muchos de los puestos de trabajo del sector de los servicios que se ven gravemente afectados por la crisis actual son desproporcionadamente femeninos, como recepcionistas, auxiliares de vuelo, personal de servicios de restaurante, peluqueros, entre otros. Sin embargo, algunos empleos de la industria manufacturera también tienen una alta concentración de trabajadoras. Por ejemplo, casi la mitad de los trabajadores del sector textil o de la fabricación de prendas de vestir de Bangladesh son mujeres, quienes son enviadas a sus hogares sin recibir remuneración alguna debido a COVID-19. Además, muchas actividades informales, especialmente en las zonas urbanas, funcionan en las calles de los países en desarrollo y son dirigidas por mujeres, que en la mayoría de los casos se ven perjudicadas durante los períodos de reclusión (BM, 2017).


Se estima que la actual pandemia podría colocar a 49 millones de personas en la pobreza extrema en 2020. Dada la desigualdad estructural que pone a las mujeres en mayor riesgo de pobreza, la mayoría de ellas están atrapadas en la llamada “trampa de la pobreza” (véase Kabeer, 2011). Debe tenerse en cuenta que ya antes de la crisis, las mujeres estaban sobrerrepresentadas entre los desempleados (Muñoz Boudet y otros, 2018) y los trabajadores informales por lo hoy tienen un acceso limitado a la protección social (CEPAL, 2020 a).


La permanencia de las mujeres en el mercado laboral tiende a ser más débil que el de los hombres, especialmente -pero no sólo- cuando los hijas e hijos son menores de 5 años. Las mujeres suelen interrumpir su permanencia en el trabajo remunerado o incluso salirse de él debido a la sobrecarga de trabajo no remunerado que tienen que asumir. Esta situación no sólo las coloca en una posición de pobreza monetaria y falta de derechos, sino que también hace que sus condiciones materiales de vida sean precarias a largo plazo, a la vez que las aleja de un mercado laboral que luego las castiga por su falta de permanencia en él. A la larga, con el paso de los años, se les hace cada vez más difícil volver al trabajo remunerado, consolidando así su situación de pobreza a lo largo del tiempo (CEPAL, 2020 a; Carracos, 2017; Rodríguez, 2015; Pérez Orosco, 2014; entre otras).


Otro de los sectores altamente afectados en esta crisis son las trabajadoras domésticas quienes en muchos casos han quedado sin trabajo, y debido a los niveles de informalidad de este sector, frecuentemente han carecido de protección o subsidios asociados al empleo, o bien ha sido obligado a trasladarse de forma permanente a los lugares de trabajo. En México, por ejemplo, el 99% de las trabajadoras domésticas (en su mayoría mujeres) no están inscritas en la seguridad social (OCDE, 2017). Aunque esto afecta a las mujeres de todo el mundo, las regiones más afectadas son el sudeste asiático y el Pacífico, con el 76% de las trabajadoras domésticas en situación de riesgo, seguidas de América (74%), África (72%) y Europa y Asia central (45%) (OIT, 2020 c).


El 80% de quienes se desempeñan en el trabajo doméstico son mujeres (OIT, 2020). En la actualidad, las trabajadoras domésticas suelen tener salarios muy bajos y horarios excesivamente largos, y frecuentemente no tienen garantizado un día de descanso semanal .


Sin embargo, la falta de acceso a la seguridad social va mucho más allá de las trabajadoras domésticas. En efecto, aunque a nivel mundial es más probable que los hombres trabajen en el sector informal que las mujeres, en muchos de los países más pobres del mundo son las mujeres trabajadoras las que tienen más probabilidades de encontrar un empleo en estos sectores. Esto incluye a la mayoría de los países del África subsahariana, Asia meridional y América Latina (OCDE/OIT, 2019).


Todas estas desigualdades macroeconómicas de género se combinan con la actual crisis del cuidado, que se está llevando a cabo principalmente sobre las espaldas de las mujeres. En todo el mundo, las mujeres realizan hasta diez veces más trabajo que los hombres en el trabajo de cuidado no remunerado, según el Índice de Instituciones Sociales y Género (SIGI) del Centro de Desarrollo de la OCDE. Las restricciones de viaje, las cuarentenas en el hogar, los cierres de escuelas y guarderías y las medidas de cierre más estrictas para los ancianos; están imponiendo cargas adicionales a las mujeres, que en muchos casos compatibilizan con su trabajo remunerado realizado desde el hogar; asumiendo dobles y triples jornadas de trabajo.


Al mismo tiempo, alrededor del 70% de los trabajadores del sector de la salud en todo el mundo son mujeres, lo que hace que estén más expuestas a la pandemia. En España, por ejemplo, entre los trabajadores del sector sanitario infectados, el 71,8% son mujeres frente al 28,2% de hombres (ONU MUJERES, 2020).


Por último, las situaciones de encierro agravan la falta de derechos de las mujeres al aumentar los riesgos de violencia, explotación, abuso o acoso debido a las elevadas barreras cuando intentan salir del hogar o incluso llamar a las líneas telefónicas de emergencia en presencia de sus agresores.


Además, el desplazamiento de los recursos públicos hacia la emergencia de salud pública también podría poner a las mujeres en una situación más arriesgada en lo que respecta a los derechos de salud sexual, reproductiva y maternal, especialmente cuando los recursos de los sistemas de salud son muy limitados.


Los efectos de la actual crisis agravan las desigualdades, entre ellas las de género, y nos incitan a colocar en el centro del debate la necesidad de contar con recursos públicos de calidad con efectos progresivos, que deberán ir de la mano de estrategias recaudatorias más eficientes y progresivas. Dada la merma en los recursos disponibles, parece necesario identificar quienes y de qué manera están absorbiendo en mayor medida los efectos de la actual crisis, para generar estrategias orientadas a lograr mayores niveles de igualdad.


Especialmente en América Latina, donde gran parte de la población –y específicamente las mujeres- trabajan en el sector informal y han quedado sin ingresos y en muchos casos sin ningún tipo de protección social, es necesario generar recursos especialmente orientados en este sentido. Además, dado los efectos que las medidas de confinamiento han tenido sobre los cuidados, la necesidad de generar y/o fortalecer estrategias públicas de protección en esta materia se torna un elemento central generador de equidad.

Referencias


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Pérez Orozco, A. (2014). Subversión feminista de la economía: aportes para un debate sobre el conflicto capital-vida. Traficantes de sueños.


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